Cosas que odio
Odio bañarme con agua muy caliente. No por el agua muy caliente, sino porque se te dilatan los vasos sanguíneos, lo que provoca que fluya más sangre y, por lo tanto, se necesite más energía. Ante esto, el metabolismo (ese ente abstracto pero real, algo así como la idea de dios para judíos, cristianos y musulmanes) le solicita al hígado que produzca energía; es decir, glucosa. Sí, tu cuerpo, como una fábrica de Coca-Cola o un plantío haitiano de caña, produce su propia azúcar. El metabolismo, como dios, asume que todo allá abajo está en orden y que si le ordena al hígado que ponga a trabajar a sus esclavos, también el páncreas va a poner a trabajar a sus células productoras de insulina para que esa glucosa que provocó el baño de agua caliente se convierta en energía. Me gusta creer que las células madres productoras de insulina de mi páncreas un día se rebelaron y expulsaron a los conquistadores de sus tierras para proclamar el Primer Imperio de las Islas de Langerhans.
Como todo imperio, fracasó.
Odio coincidir en la fila de la farmacia con otro diabético. Más si la farmacia está cerca del Seguro Social o en alguna zona de no tan alta plusvalía. Porque, ¿qué hace un diabético que no tiene insulina pero tampoco tiene cómo pagarla?
Odio a Dave Ricks, CEO de Eli Lilly and Company, la primera empresa que comercializó insulina, que obtenían de borregos y puercos hasta que en los ochenta y con el avance de la genética se hizo una fórmula exactamente igual a la humana. Esta compañía también comercializaba el Prozac. Odio que el 29 de junio de 2022, Dave Ricks haya subido a su Instagram una foto en la que usó los hashtags: #PrideMonth #diverse #inclusive #engaged.
Odio a Paul Hudson, CEO de Sanofi, la quinta farmacéutica más grande del mundo con sede en París. Sanofi es casi una paraestatal: en 2017, según Wikipedia, se benefició de 561 millones de euros que le pagó el gobierno francés como reembolso de los medicamentos que ofreció la seguridad social. En términos meramente empresariales y de optimización del gasto: ¿no sería más eficiente que los gobiernos produjeran su propia insulina?
Cuando se solicitó la patente de la insulina una vez que se aisló, los médicos que la descubrieron la vendieron por un dólar a la Universidad de Toronto. Charles Best, uno de esos médicos, declaró cuando recibió el Nobel por semejante hazaña: «la insulina pertenece a la humanidad».
Odio a Lars Fruergaard Jørgensen, el CEO de Novo Nordisk, la farmacéutica y empresa más importante de Dinamarca, especializada en el tratamiento de la diabetes. En esta empresa se inventó la insulina degludec. Este tipo de insulina es conocida como «lenta» ya que contiene una proteína que libera de forma esporádica al líquido y por lo tanto actúa de manera prolongada. La endocrinología es magia. Este fue uno de los grandes inventos de la medicina moderna porque la insulina no solo se activa cuando vas a comer sino, entre muchas otras cosas, cuando te bañas con agua muy caliente y el metabolismo le pide al hígado que produzca su propia azúcar.
La insulina degludec (la danesa) es una fórmula mejorada de la insulina glargina, que inventó Sanofi (la francesa), pero mucho más estable y duradera. En las Farmacias Guadalajara, la danesa suele costar alrededor de $800 pesos y depende de un chingo de cosas, pero dura más o menos dos semanas. La francesa suele costar entre $400 y $600 pesos, y la patente ya permite versiones genéricas. El laboratorio tapatío PiSA produce su versión con el nombre comercial de Galactus, que con ese nombre también podría ser un gato en Star Wars.
La francesa es mucho más inestable y puede durar a veces 12 a veces 24 horas en el cuerpo, a veces se activa de más y te dan unos bajones tremendos sobre todo en las noches y a veces de menos y después de un baño de agua caliente tienes que inyectarte una nueva dosis para bajar, en palabras de Fey, el subidón.
Eli Lilly cotiza en la bolsa de Nueva York. Sanofi cotiza en la bolsa de París y en la de Nueva York. Novo Nordisk cotiza en la bolsa de Copenhagen.
Odio, sobre todo, a las personas que compran y venden acciones de Eli Lilly, de Sanofi o de Novo Nordisk. Y que con palabrerías del tipo: bono, deuda, activos... literalmente juegan con la rebelión de las células madre de mi páncreas y de millones de personas que todas las semanas nos formamos en la fila de la farmacia para reentender los matices de la resignación y del tedio.
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